“Es difícil corregir a los perversos,
y el número de estúpidos es infinito”
Eclesiastés, 1, 151
Introducción
En el mes de Julio del año 2007 tuvo lugar en la provincia de San Juan, un IIº Congreso Internacional de Filosofía, evocando y remedando el famoso Primer Congreso (Inter)Nacional de Filosofía, que organizó el peronismo en Mendoza en 1949, con toda pompa. En esa promisoria y auspiciosa circunstancia, vinieron notables invitados, literalmente, de todo el mundo (europeos, norteamericanos, latinoamericanos, y los anfitriones argentinos, claro está). Las actas de aquel congreso dan cuenta de la elevada calidad filosófica que la Argentina pudo hospedar y acoger entonces. En el año 2007, se recordará, tuvieron lugar las elecciones presidenciales en el país, en las que Cristina Fernández de Kirchner fue proclamada presidente de los argentinos. El entonces gobernador de San Juan, José Luis Gioja, “le” organizó dicho evento como una pieza más dentro de la campaña electoral; el Congreso que se inició el 10 de julio del 2007 tuvo como broche de clausura las palabras de la entonces candidata Cristina de Kirchner. Una vez elegida para presidir el país en un primer período, hace diez años, se redactaron estas líneas que siguen:
“No se nos mal entienda, con la imputación de la “idiotez filosófica de la reina Kristina” no deseamos ni queremos, en absoluto, faltar el respeto ni a la persona ni a la investidura presidencial que encarna la actual presidenta de los argentinos; y tampoco queremos escandalizar a la inteligencia ni herir la sensibilidad de nuestros lectores que pudieran admirar las dotes intelectuales o morales de la esposa de Néstor Kirchner. Lo que puntualmente intentamos defender aquí es que nuestra “reina Kristina” –si se me permite la expresión, no tan irónica-, está afectada de una categórica e impertérrita “idiotez filosófica”. Y ello ha de ser entendido en el riguroso y preciso sentido en que lo entienden los filósofos griegos que inventaron la filosofía y la política. Ellos utilizaban el término “idiota” (idiotés) para aquellas personas que no se ocupaban cabal o apropiadamente de lo político y no se interesaban por los asuntos públicos y comunes, sino que estaban preocupados sólo por lo suyo, por los intereses privados e individuales; encerrados en sí mismos; ensimismados, autistas, egoístas y soberbios. Lo cual, se comprenderá aquí, es imputar un cargo grave a Cristina Fernández, que es Kirchner; quien detenta hoy el cargo de la primera magistratura; de la máxima responsabilidad en la democracia republicana, por ello, cabe subrayar aquí, la convierte en la primer servidora pública, comprometida casi excluyentemente a la consecución del bien común; ello la obliga –hoy por hoy- a empeñarse en ser lo menos idiota posible.
Sabemos que la carga de la prueba de esta tesis que defendemos, implicará nadar contracorriente de lo que circula como un presunto saber sobre las dotes intelectuales de nuestra presidenta; al menos tal como lo expresan las usuales opiniones públicas o publicadas entre nosotros. A pesar de la dificultad de remontar esos prejuicios positivos sobre la inteligencia y la moralidad –o, lo que es lo mismo, la moralidad de la inteligencia- de Cristina de Kirchner, confiamos poder consignar suficientes razones de peso para cimentar tamaña imputación. La dificultad de nuestro intento estriba en que, para ello, tenemos que neutralizar las razones y testimonios sobre los presumidos quilates intelectuales de nuestra presidenta. Y es que tanto los voceros oficialistas como las críticas opositoras se refieren a CFK como “inteligente” o como una “intelectual brillante”, y otras alabanzas de tenor análogo. A partir de sus “discursos” o “relatos” sus alocuciones se ponderan como piezas oratorias que ostentarían un fulgurante brillo intelectual.
Puesto en el contexto político vernáculo, quizá se pueda dar cuenta de estos elogios al modo de hablar de nuestra “reina Kristina”, por aquello de que en el país de los ciegos el tuerto es rey. Y, no hay dudas respecto del brillo retórico de la presidenta de los argentinos, si uno lo compara con la lengua desaforada de Néstor K, el lenguaje patotero de Guillermo Moreno o las expresiones obscenas y escatológicas de Luis D´Elía, entre otras “perlas” del lenguaje “político” que los argentinos cultivamos. Es por ello que solemos dar por sentado que Cristina Fernández, sea considerada con semejantes atributos intelectuales. Y, bien visto, no es para menos, si, efectivamente, uno compara la capacidad discursiva de la presidenta y ex legisladora, con la pobrísima calificación intelectual y moral de la gran mayoría de los congresistas que, hasta ayer, la acompañaban en su cometido legislativo nacional; o de quienes la acompañan hoy en la actual gestión gubernativa. En este contexto hay que hacer la honrosa salvedad de un puñadito de excepciones, que confirman la deshonrosa regla. Y esto es así porque, en su gran mayoría, nuestros diputados, nuestros senadores, o nuestro variopinto menú de funcionarios de diverso escalafón y pelaje, cotidianamente hacen gala de su impúdica ignorancia y de su obscena corruptela moral.
Legítimamente el pueblo quiere saber de qué trata la vida política en la que vivimos, nos movemos y somos, y para ello es imperativo que los gobernantes, día a día, rindan públicamente cuentas de los actos de gobierno, pues ellos impactan directamente en la calidad de vida del mismo pueblo argentino. Y a la hora de evaluar el cumplimiento de esa obligación política de informar al soberano, contamos con copiosas pruebas de cómo nuestros representantes y gobernantes, las más de las veces, hacen gala de su supina incapacidad de enhebrar dos o tres ideas –si es el caso de que tengan tantas-, dando inagotables muestras de no saber ni hilar dos frases sensatas. Pero, desde el trono y el atril monárkicos, hoy espasmódicamente Kristinista, el discurso se presenta como el blindaje del proyecto de transformación de la Argentina. Escudados en la épica retórica de un autoproclamado y confeso modelo o proyecto nacionalpopulista argentino, el grandilocuente relato K, abre el paraguas, y se autoinmuniza a toda crítica. Pero, obras son amores y no buenas razones, como bien dice el dicho, y ¿cuáles son las obras en que se expresaría el Proyecto o Modelo K?
Veamos, pues, una ristra de “realizaciones” de estos proyectos o modelos monárKicos que supimos conseguir; arranquemos de los ya viejos “cuentos chinos” (cuya “composición”, cabe acotar ahora en 2017, fue redactada principalmente por el articulador estrella del empresariado argentino en el país oriental, Franco Macri, padre de Mauricio) llegando a las renovadas fabulaciones de los dibujos de los números del IndeK, pasemos por las coimas de Skanska -entre varias otras pingües fechorías debidas a ObedienciaDeVido-; o, evoquemos la bolsa del baño ministerial -el Micheligate-; o trajinemos escandaletes como la valija de dólares “bolivarianos” -el “AntoniniWilsongate” (o Ubertigate); el delirio del “tren bala”, la estatización de Aerolíneas Argentinas, o los narco-aportes a la campaña electoral de CFK, el veto presidencial (léase de la BarricK Gold) a la protección de los glaciares, etcétera, etcétera. Ante ello uno no se resiste a parangonar las presuntamente vistosas y bellas vestimentas intelectuales y morales de la pareja real argentina con el traje de aquel monarca del cuento, que paseaba orgulloso y altanero su patética desnudez. Y es que el matrimonio Kirchner, contrariando el más elemental sentido de pudor, no ha vacilado en atropellar el espíritu de las leyes, el estado de derecho y las instituciones de la república democrática argentina, hasta degradarlas a una monarKía sudaKa, entendida como un bien ganancial o de familia, al estilo “cosa nostra”, si uno presta atención a los patoteros y capitalistas –o patoteros capitalistas- del círculo más íntimo de la monarkía pingüina; de Rudy Ulloa y Luis D´Elía a Cristóbal López, Lázaro Báez y el banquero Eskenazi… entre otros agraciados por las prebendas y canonjías monárkicas pingüinas.
Y hoy, después de la vernácula “guerra gaucha” y de los globalizados “lunes negro” de la bancarrota mundial en 2008, con necedad, tozudez y contumacia, los Kirchner siguen haciendo ostentación de la misma desnudez de proyectos y de propuestas de políticas de estado; porque, es claro, desde la crasa idiotez no se puede hacer política. Y esa idiotez (im)política, afirmamos aquí, asienta hoy sus reales, valga la ironía, en la “idiotez filosófica de la Reina Kristina”. Y, para dar razón de lo dicho, apelamos a una rara ave filosófica del peronismo, el bien criollo Alberto Buela[2]; y su rareza y singularidad consiste en que es un peronista pensante. Este filósofo argentino, ha proporcionado lúcidas pistas para desenmascarar la idiotez filosófica de la reina Kristina. En un texto titulado “Claros Oscuros del Congreso de filosofía de San Juan,” nuestro filósofo peronista denunció la mascarada de ese encuentro que se realizó en la provincia de San Juan -entre los ya algo lejanos “idus de julio” del 2007, en los prolegómenos de la campaña electoral por la presidencia-; encuentro que fue bautizado rimbombantemente como un “II Congreso Internacional Extraordinario de Filosofía”. “Y aquellos que estamos en el métier, dice Buela, nos resistimos de entrada a participar porque veíamos en él la manipulación de dicho congreso por parte del gobernador de San Juan (Gioja), quien lo pagó, para que sirviera de plataforma de lanzamiento del ´proyecto político-filosófico de Cristina Kirchner´”.
Ante ese auditorio “filosófico” nuestra “reina Kristina” no pudo ser más categórica y elocuente cuando sentenció, con su usual vehemencia y didactismo: “soy hegeliana”. Y doña Kristina, seguramente, no llega a atisbar hasta qué punto esa afirmación suya, dicho hegelianamente, es –dialécticamente- verdadera y falsa al mismo tiempo. Es “materialmente” verdadera porque expresa cabalmente –con el rigor y la universalidad del concepto (der Begriff) hegeliano, las ínfulas del Espíritu Absoluto (der absolute Geist), que se consuma, precisamente, en el proyecto “filosófico político” del espíritu en su absolutez, verbigracia en el Absoluto Yo que –hegelianamente- es un Nosotros Absoluto. Y este autismo absoluto o absoluto ensimismamiento, nombra la máxima expresión de “idiotez filosófica”, la de una política de la mismidad, la política de “un yo que es un nosotros y un nosotros que es un yo”, dice Hegel.
Una de las claves de esa “política de la mismidad” hegeliana se expresa en un combate a muerte en que se trenza el yo enfrentado a otro yo, una autoconciencia enfrentada a otra autoconciencia; es lo que Hegel describió en la “dialéctica del amo y del esclavo”. Pero un peldaño dialéctico más arriba, se da la dialéctica del espíritu ascendiendo hacia la autoconciencia absoluta; hacia el Saber Absoluto, en la que ese Yo Absoluto se hace presente en esa misma lucha por el reconocimiento, pero no ya en el combate entre autoconciencias subjetivas, sino cuando el enfrentamiento se produce entre los espíritus “objetivos”, los “espíritus de los pueblos”; el Nosotros Absoluto, que es la superación de la “moralidad” subjetiva kantiana en y por la elevación de la “eticidad” objetiva hegeliana. Y es en este contexto en el que la filosofía jurídica y política de Hegel culmina con una descripción filosófico-histórica de una “ontología de la guerra”. La “política de la mismidad” se consuma, dialécticamente, en esa “guerra que es necesaria”, dice Hegel, replicando a la afirmación de Heráclito: “la guerra es el padre de todas las cosas”.
Tomado hasta ahí, efectivamente, pareciera que el guión del relato belicoso y de la práctica política beligerante del matrimonio Kirchner los hubiese escrito Hegel. Pero, nones; no es así, en absoluto. La política de la mismidad como ontología de la guerra del alemán se hace en aras del despliegue de la Idea, encarnada en el Estado; una “totalidad ética”, que supera esa conflictividad crónica de un juego de suma cero, en el que afirmo mi identidad o mismidad negando la del otro. Y el gravísimo problema de la idiotez filosófica argentina de nuestra reina Kristina es que la guerra o el conflicto K, es la guerra por la guerra misma. La política es la guerra porque no es un momento negativo en el itinerario hacia el Saber Absoluto. La diferencia entre Hegel y Kristina es que el alemán parte de Sí Mismo –el “conócete a ti mismo” del oráculo de Delfos es el mandamiento absoluto, dice- para retornar a Sí Mismo, por la mediación de lo Otro que sí mismo; la presidenta argentina, en cambio, parte de Sí Misma y retorna a Sí Misma negando y destruyendo todo lo que no sea Sí Misma. Es la diferencia de una Política de la Mismidad (hegeliana) que pretende un Saber Absoluto por medio de una “docta ignorancia” (lógica dialéctica mediante), y una Política de la Mismidad que se pretende un Saber Absoluto haciendo ostentación de una crasa ignorancia de una superficial y superflua necedad (frívola soberbia mediante)”.
Junio de 2017. Conclusión
Volvamos a nuestro hoy. Diez años después de aquel 2007 el escenario histórico y político ha cambiado, y mucho. La reina Kristina, impostando impertérrita su majestuosidad, está alistando sus huestes para afrontar su (¿última?) cruzada, proclamando a los cuatro vientos que “la patria es el otro”. Templando su voz para un posible canto de cisne político, en realidad, sigue cantando la mima canción: La patria soy yo. Pero hoy el kirchnerismo está en desbandada. Se desmarca su otrora corte de los milagros del peronismo, de los gordos sindicales a los presuntos peronistas moderados o republicanos (lo cual suena como un oxímoron). El resto fiel y el núcleo duro de los acólitos (y los millones que la votarían en octubre) a la destronada reina Kristina, son una “armada Brancaleone” de impresentables, que serían cómicos si no comportaran el trágico y esperpéntico “eterno retorno de lo mismo”.
En los hechos no se puede desconocer que la reina K sigue teniendo su arrastre y atractivo en vastos sectores del país. Pero tampoco se puede desconocer que la imagen negativa de la señora expresidenta es muy elevada. Lo cual lleva al gurú de Macri, Durán Barba, a afirmar que en estas elecciones de medio término, el Macrismo ganará ampliamente. Aunque eso fuera cierto, opino complementariamente, que ello no eclipsa los puntos negros, necios y corruptos de Cambiemos, que tiene varios cadáveres guardados en su armario y tiene su propia corte de los milagros inepta, torpe y corrupta.
Desde la trinchera periodística, como la que ocupo, se sabe que es muy fácil criticar y apuntar a esta clase política, que ocasionalmente oficialista u ocasionalmente opositora, conforma, bandas de ladrones (leer en este mismo diario digital los artículos previos “Ay, mi Tucumán querido I y II”, donde se denunciaba eso mismo referido a las elecciones bochornosas y fraudulentas del Tucumanazo 2015”). Lo que nos resulta más incómodo a los ciudadanos y lectores de a pie es ver que cuando un dedo apunta al corrupto, otros cuatro dedos nos apuntan a los que denunciamos (o no) a esos políticos; impávidos nos resignamos, fatalistamente, a que hagan nuestra tarea sucia a cambio de enriquecerse ilícita e impúdicamente.
¡Ay, mi Argentina querida!, algún día aprenderemos que el “yo argentino” y el “no te metás”, o su contracara “yo –político-, me sacrifico por el pueblo”, son las dos caras de la misma moneda. Y sólo saldremos de este marasmo y degradación en nuestra convivencia (o conmoriencia) política argentina si cada uno, desde el metro cuadrado en el que vive y en la hora en la que actúa, asumimos nuestro compromiso por el bien común, que se expresa como pasión por la verdad y por la justicia, constructores de la paz, todo ello expresado como responsabilidad infinita para con los otros que están caídos a la vera del camino. Y, entonces sí, podremos decir, con verdad y justicia, que la patria es el otro.
[1] Traducción de la versión latina de “Los Setenta” ( la Septuaginta)
[2] Alberto Buela consagra sus mejores esfuerzos a la docencia y la investigación en filosofía antigua (Platón, Aristóteles, etcétera), y, simultáneamente, libra sus combates en las arenas del pensamiento iberoamericano, y, más particularmente, oficia de filósofo de la CGT, aun hoy –aunque maltrecha- liderada en su “ala” más fuerte por Hugo Moyano. O sea, no es la suya una crítica (filosófica) incubada por un gorila, por un oligarca, o por un “gilito del barrio norte”.
Lalo Ruiz Pesce
** Este articulo fue publicado originalmente en la Sección Vida Buena del Diario de Yerba Buena.